miércoles, 8 de septiembre de 2010

"Super size me" o "Super high me", esa es la cuestión


En el cine no me gustan los moralismos ni las falsas expectativas ni los finales felices (sin comillas); La vida por lo general no es de finales felices. Detesto los protagonistas insípidos, las situaciones falsamente hilarantes o las situaciones incómodamente inverosímiles. Tolero los chistes flojos, pero si son repetitivos caigo en el sopor. Tampoco me gustan los documentales que suenan a biografía de History Channel, los “falsos documentales” y mucho menos los realitys.

Todos recuerdan “Super size me” de Morgan Spurlock. Una especie de documental y reality, donde un buen y saludable hijo de vecino se dedica a comer únicamente productos de Mc Donalds durante 30 días para demostrar la obviedad: hacen mucho daño. Sin cuestionar su loable propósito hacia una vida más saludable y quizá, uno que otro buen apunte durante las charlas con la cámara; el seudodocumental de Spurlock deja un buen sabor al paladar del cinéfilo sin equipararlo con la deliciosa sensación de un buen documental de Errol Morris. Para seguir con las falsas alegorías alimenticias: “Super size me” es como una buena hamburguesa (no una Big Mac) en un puesto ambulante, en la madrugada y después de algunas cervezas. Calma el hambre y se puede estar seguro que no habrá indigestión o veloces carreras al retrete.

Aunque esto no pasa con las posteriores sagas del mismo Spurlock y otra más clandestina y menos interesante: “Super high me” protagonizada por el comediante Doug Benson. Fue posible ver a Spurlock en una serie de reportajes, bastante alejados del lenguaje documental que al menos podía intuirse en su primer filme. En estos capítulos de media hora, se dedicaba a hacer tonterías durante treinta días. Por ejemplo, vivió treinta días con el sueldo mínimo estadounidense. Gran hazaña (!!??).

De “Super high me” ideada por George Benson, hay menos de qué hablar. La vi atraído por la magia mórbida que evidentemente puede generar ver a una persona drogarse durante 30 días con marihuana de distintas variedades y presentaciones. Con el transcurrir de los minutos el documental fue cayendo en lo folclórico, en lo ramplón; no sólo porque su protagonista era un comediante de “stand up” (la versión primermundista del cuentero), que disfrutaba estar “turco” durante sus presentaciones sino también porque terminó por convertirse en una pésima apología al consumo indiscriminado de marihuana. Lo que en un principio se perfilaba como un documental que denunciaba la doble moral gringa (de consumidores terapéuticos o no), terminó por volverse un mal reality donde un pésimo cuentero balbuceaba chistes en un teatro y repetía hasta el cansancio frente a la audiencia el “experimento cinematográfico” en el que se había metido de forma temeraria.

La película no deja de ser un intento de varias denuncias y planteamientos, pero sólo se queda en superficialidades y anécdotas simpaticonas. Roza la legalización con fines terapéuticos, las libertades y derechos humanos (tema ejemplarizante entre muchos gringos), la salud, la economía y el consumo como política de estado. Temas y motivos que se quedan sólo en eso: simples roces alejados de toda profundidad. Bastante inocuo por no decir “chimbo” el filme aquel. Por ejemplo, Benson afirma que con este documental les dice a los niños que "no fumen marihuana hasta convertirse en comediantes profesionales”. Claro, ¿qué se podía esperar de un filme protagonizado por un payaso experto?

Sólo se quedó en mi memoria un momento de la historia, cuando la segunda prueba “científica” sobre clarividencia y poder mental, demostraba que antes de consumir marihuana nuestro protagonista-comediante podía adivinar 1 de 30 figuras pintadas en cartas ocultas a su vista. Después de su consumo exagerado de marihuana, el sujeto ahora adivinaba 4 de 30.

Me queda una pregunta ¿Sería posible que después de algunos meses más el comediante se convirtiera gracias al consumo de la planta, en otro Walter Mercado “experto”?

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