jueves, 3 de febrero de 2011

RESTREPO (cuento-reseña)



Dos niños pudieron ver el documental “Restrepo”. El primero es un pequeño afgano que coincidencialmente ha salido del valle donde se filmó la película. Allí fue testigo de cómo, y de a pocos, fueron llegando las tropas norteamericanas a su tierra. Escuchó como intentaban vender una campaña antiterrorista bajo el pretexto de construir una carretera. También, vio en el rostro de los intrusos el miedo, la soledad y la angustia de la muerte. Estaba seguro que ellos sentían lo mismo que su pueblo, y quizás mucho más.

Escuchó las bombas en la noche y se divirtió con las luces surcando el viento hacia las trincheras enemigas. Una sonrisa se dibujo en su rostro. Un año después salió a despedir los helicópteros que en medio de los huracanes de arena, abandonaban despavoridos ese valle de la muerte.

Cuando estaban lo suficientemente lejos, se arrodilló e hizo una plegaria a su Dios. Aunque tarde, al fin había respondido sus plegarias. De las casas y las montañas salieron viejos afganos que disparaban al aire sus fusiles AK.

El otro niño era del estado de Utha. Hijo de mormones y granjeros, el niño trasnochó para ver por televisión el documental que transmitiría la Nacional Geografic. Emocionado, vio por la pantalla como los jóvenes soldados luchaban bajo fuego infame defendiendo al mundo de la amenaza terrorista.

El niño de Estados Unidos vio el despliegue de tecnología, de armas, de uniformes. Se entusiasmó con la forma como desde lo alto del Puesto de Operaciones Restrepo, los valerosos soldados disparaban ráfagas infinitas sobre los subversivos terroristas. Sin duda, quedó absorto con los relatos de los soldados que ofrecían su vida por la libertad; una libertad que bien conocía desde la escuela. Fueron pasajeros, casi inadvertidos por el niño, los pocos momentos en los estos militares dejaban filtrar ante la cámara la locura de la postguerra.

Mientras el niño afgano sonreía, el niño norteamericano lloraba con la muerte (casi frente a la cámara) de un oficial muerto en una emboscada. Casi no se inmutó con las secuencias previas de un bombardeo sobre ranchos afganos en el que mueren “colateralmente” algunos niños y hombres.

Cuando se fueron los militares, el niño afgano continuó su vida como pastor. Cuando terminó la película, el occidental se acostó en su cama, miró la bandera ondeante y suspirando, deseó que hubiera una guerra cuando estuviera grande y así defender a su país.

Nota: Queda pendiente la forma como los jurados del festival de Sundance reaccionaron también ante el filme, pues fue premiado por ellos como mejor documental en el 2010.

VIDEO PRESENTACIÓN

Me gusta