jueves, 2 de septiembre de 2010

Salpicaduras sobre el documental

Ver un documental en la mayoría de los casos representa una experiencia divertida y sorprendente. Es fácil encontrar emociones vertiginosas y al mismo tiempo grandes sobresaltos durante la proyección de una buena película documental. Aunque quiera venderse el concepto de “seriedad” como propio del género, es indiscutible que el asombro, las maravillas, el placer y la virtud de los realizadores pueden alcanzarse y reconocerse más fácilmente si se ve más bien un buen documental que alguna producción estrambótica de alto presupuesto.

Un documental (sin entrar en la discusión de la objetividad y los purismos de géneros) alegra la vida, divierte y entretiene, al mismo tiempo que permite reconocer en el realizador su sensibilidad y una verdadera propuesta estética y artística.

Seguramente debido al auge, que es ajeno a los círculos de eruditos cinematográficos, constantemente tenemos la oportunidad de ver más y más documentales. Pasamos de interesarnos en el popular documental ecológico a “devorar” con asiduidad filmes documentales políticos y de denuncia, que evidentemente han cambiado la forma en que vemos el mundo.

De un primer acercamiento a Michael Moore y a su discurso irónico un tanto mediático, pasamos a la poesía alemana de Werner Herzorg mezclada con dosis crudas de realidad desconcertante para llegar finalmente al drama cuasipoliciaco y la puesta en escena de Errol Morris.

Sin embargo, desde esa pequeña muestra podemos dar permanentes saltos al documental “de guerrilla” o de bajos recursos, que independientemente de su calidad tecnológica, acerca constantemente al espectador a realidades olvidadas pero atractivas para los países del primer mundo dueños de los festivales. Revelan minuto a minuto conflictos y problemas tan comunes para todos que terminan por pasar desapercibidos para los protagonistas o incluso para los mismos compatriotas testigos silentes de la desmemoriada historia de un país.

“La batalla de chile I, II y III”, “La ciudad de los fotógrafos”, “La dignidad de los nadies”, son buenos ejemplos de este documental latinoamericano que pugna por encontrar espectadores e interlocutores en todo el planeta; para de alguna forma, revelar la crueldad que nos agobia.

Antes de hablar de pueblos imaginarios, vidas de telenovela o cursilerías polígamas se debería hacer más documentales, no con el propósito de hacer panfletaria la obra de arte sino más bien con la clara intención de mantener viva la historia y el recuerdo en la memoria de los habitantes de la aldea global.

Ya fue suficiente de la banalidad que vomita el mundo y de los permanentes asaltos a la buena fe que el “video youtubismo” nos entrega día tras día. Pululan los chistes flojos, los “fails”, los “WTF” y “LOL” por toda la red, enmudeciendo conciencias, minando la crítica y la razón o vulgarizando el trabajo de verdaderos cineastas.

Pa’ ve:








martes, 31 de agosto de 2010

UN BUEN CUENTO PARA RETORMAR EL BLOG

DESTINITO FATAL
Andrés Caicedo

A un hombrecito le gusta el cine y llega y funda un cine club y lo primero que hace es programar un ciclo larguísimo de películas de vampiros, desde Murnau y Dreyer hasta Fisher y este film que vio hace poco de Dan Curtis. Al principio hay mucha acogida y todo, el teatro se llena. Pero semana tras semana va bajando la audiencia. Como se sabe, el público cineclubista está compuesto en su mayoría por gente despistada que acude a ver acá “el cine de calidad” que no puede ver en los teatros cuando éstos sólo exhiben vaqueros y espías; imbéciles que abuchean una película de John Ford con John Wayne «porque el ejército de EE. UU. siempre mata muchos indios», que le dicen imbécil a Jerry Lewis. Esa gente cómo le va a coger la onda a los vampiros, no falta por allí uno que insulte al hombrecito del cine club por estar exhibiendo cosas de éstas cuando los estudiantes luchan en las calles, gente que únicamente sueña de noche y que siempre duerme bien y al otro día se despiertan y pueden hablar de amor, de papitas, de viajes, de política y cuando llegue la noche se ponen a soñar de lo mismo que han hablado durante todo el día. Pues bien, el hombrecito de nuestra historia comenzó a perder grandes cantidades de dinero, porque ya al final no iban más de l0 personas a sus películas de vampiros, 9, 8, 7, 6, 5, los últimos 4 empezaron a conversar, a contarse recuerdos, pasó el tiempo y uno de ellos se mudó a otra ciudad, otro amaneció un día muerto, uno se graduó de arquitecto y nunca más se lo volvió a ver por estas tierras.

El hecho es que el sábado 29 de septiembre de 1971 el hombrecito encontró, al ir a introducir el último film del ciclo, que no había más que un espectador en la sala, allá detrás, en un rincón, mitad luz y mitad sombra.
El hombrecito iba a empezar a hablar de la película que amaba tanto, pero el Conde se paró de su butaca y le sonrió, y el hombrecito tuvo que bajar los ojos.


VIDEO PRESENTACIÓN

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